La Mesa Limón by Julian Barnes

La Mesa Limón by Julian Barnes

autor:Julian Barnes [Barnes, Julian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romance, Juvenile Nonfiction, Short Stories (Single Author), General, Literary, Language Arts, Fiction
ISBN: 9788433972736
Google: 9Y_RGAAACAAJ
Amazon: 8433972731
editor: Anagrama
publicado: 2004-01-01T23:00:00+00:00


Él sabía a qué me refería. Permítanme que les hable de Andrew. Vivimos juntos desde hace veinte años o más; nos conocimos cuando los dos rondábamos los cuarenta. Trabaja en la sección de muebles de la V & A. Todos los días, llueva o luzca el sol, recorre Londres en bici de una punta a otra. En el camino hace dos cosas: escucha libros grabados en su walkman y mira a todas partes en busca de leña. Ya sé que parece increíble, pero casi todos los días consigue llenar su cesta con leña suficiente para encender un fuego por la noche. Así que pedalea desde un extremo al otro de esta ciudad civilizada escuchando la casete 325

de Daniel Deronda y siempre ojo avizor en busca de contenedores y ramas caídas.

Pero esto no es todo. Aunque conoce un montón de atajos por sitios donde hay leña, Andrew pasa gran parte del trayecto en el tráfico de la hora punta. Y ya saben cómo son los automovilistas: sólo están atentos a los otros conductores.

También a los autobuses y camiones, por supuesto; a veces a los motociclistas; a los ciclistas, nunca. Y esto desquicia a Andrew.

Verlos allí con el culo en el asiento, expulsando gases, un pasajero por coche, en un atasco de egoístas que contaminan el medio ambiente y que continuamente intentan colarse en un hueco de cuarenta y cinco centímetros sin comprobar antes si hay algún ciclista. Andrew les vocifera. Andrew, mi amigo civilizado, mi compañero y ex amante, que se ha pasado la mitad de la jornada encorvado sobre una pieza exquisita de marquetería con un restaurador; Andrew, con los oídos llenos de frases de la alta sociedad victoriana, grita, exasperado:

- ¡Cabronazo!

También grita: «¡Ojalá pilles un cáncer!» O: «¡Métete debajo de un puto camión, cara culo!»

Le pregunto qué les dice a las conductoras.

-Ah, a ellas no las llamo cabronas -responde-. «¡Puta puerca!» suele cubrir el expediente.

Y le da a los pedales, buscando leña y preocupado por Gwendolen Harleth. Daba golpes en el techo de un coche cuando un conductor le cerraba el paso. Pom, pom, pom, con un guante forrado de piel de oveja. Debía de sonar como una caja de truenos de Strauss o Henze. También les doblaba de un golpe los espejos retrovisores laterales: eso irritaba a los hijoputas. Pero ya no hace estas cosas; hará un año se llevó un susto con un Mondeo azul que se puso a su altura y le derribó de la bici mientras el chófer le hacía diversas sugerencias amenazadoras. Ahora sólo se desgañita llamándoles cabronazos. No protestan, porque es lo que son, y lo saben.

Empecé a llevar caramelos a los conciertos. Se los ofrecía, a manera de multa in situ, a los infractores que estaban a mi alcance, y a los alejados durante el entreacto. No tuve mucho éxito, como era de esperar. Si le das a alguien un caramelo envuelto en mitad de un concierto, luego tienes que escuchar el ruido que hace al quitarle el papel. Y si se



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